15/5/11

Incontinencia urinaria femenina

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Incontinencia urinaria femenina

Las pérdidas involuntarias de orina, por pequeñas que sean, generan un problema social e higiénico y afectan a la calidad de vida

Se sufre en silencio, pero cada vez menos. La publicidad sobre compresas que recogen las pérdidas y el mayor número de casos registrados hacen que la incontinencia urinaria en mujeres se quite el tabú de encima y se revele como un trastorno más habitual de lo que se podría pensar. De hecho, en personas jóvenes la incontinencia urinaria es hasta cinco veces más frecuente entre las mujeres que entre los hombres, pero a edades avanzadas la proporción de afectados se iguala en ambos sexos. El 12,2% de las mujeres y el 3,6% de los hombres la padecen, según un estudio realizado por el Hospital Clínico, de Barcelona, sobre más de 18.000 personas. A partir de los 65 años ese porcentaje de incontinencia urinaria en mujeres se duplica hasta llegar al 26,6%.

Entre las razones que explican este trastorno los expertos apuntan como principal responsable a la propia biología de la mujer, sobre todo en relación con la maternidad. Porque la incontinencia urinaria puede desarrollarse como secuela del embarazo y del parto. No obstante, este es solo uno de los factores que hacen más frecuente este problema en la población femenina aunque, por fortuna, en la actualidad cada vez hay más formas de combatirlo. Uno de los últimos tratamientos más demandados son las inyecciones de toxina botulínica.

Los expertos distinguen tres clases de incontinencia: la de esfuerzo, la de urgencia y la mixta. Mientras que la incontinencia de esfuerzo es más frecuente en la mujer joven, la de urgencia es más común a partir de los 60 años y cada una de ellas se origina por causas distintas, de manera que su tratamiento también es diferente. Además de estos dos grupos bien referenciados, hay un tercero: la incontinencia mixta, basada en padecer los dos tipos a la veza.

Incontinencia de esfuerzo

Este nombre hace referencia a las pérdidas involuntarias de orina originadas por esfuerzos como toser, estornudar o reírse, y cuando los músculos del suelo pélvico resultan afectados por distintas situaciones como el embarazo y el parto. Estos músculos se encuentran en la base de la cavidad abdominal y forman una especie de «hamaca» o embudo al final de la pelvis. Se contraen para que todos los órganos que sustentan (la vejiga y la matriz, principalmente) se mantengan en su lugar y ejerzan su función de forma correcta; además, ayudan a cerrar el conducto de la orina y a evitar que se escape. Sin embargo, cuando la mujer tiene un parto vaginal, estos músculos se distienden y, aunque suelen retornar a su posición, a veces no recuperan su tono previo. Es más, el propio embarazo supone una sobrecarga que la debilita.

Un estudio publicado en 2010 por el Grupo de Investigación del Suelo Pélvico (GRESP) de España constató que el 30% de mujeres embarazadas sufrió escapes de orina en su primera gestación, cuando nunca antes les había sucedido; que el 16% los siguieron padeciendo después del parto y que este porcentaje se redujo a la mitad, al 8%, al cabo de seis meses. Muchas de las afectadas se recuperan de forma espontánea durante el semestre que sigue al parto, mientras que el resto deben tomar medidas terapéuticas.

En este mismo estudio se hizo un seguimiento a 1.100 mujeres durante el primer, segundo y tercer trimestre de embarazo y durante el parto con el fin de identificar los factores de riesgo que conducían a la incontinencia de esfuerzo. Tras este periodo, se vio que la obesidad (tener un índice de masa corporal o IMC superior a 30) al comienzo del embarazo conlleva el doble el riesgo de desarrollarla, tener antecedentes familiares (madres o hermanas) con incontinencia multiplica por tres este riesgo, un aumento excesivo de peso durante el embarazo (incluso en mujeres con peso normal antes de la gestación) también eleva el doble este riesgo y el parto por vía vaginal incrementa entre dos y tres veces la probabilidad.

Otros factores de riesgo son la práctica de deportes de impacto donde se realicen saltos que repercutan en el suelo pélvico (como si se saltara sobre una cama elástica). Esto es les sucede a las atletas de alta competición, pero también a cualquier mujer que haga aerobic o steps en el gimnasio. La obesidad, en sí misma, con independencia del embarazo, incrementa el riesgo de sufrir tanto incontinencia urinaria como fecal. Y, por último, las mujeres con tos crónica, por alergia, bronquitis crónica o por fumar, también registran un riesgo más alto.

Incontinencia de urgencia


Este tipo de incontinencia afecta a las personas que tienen ganas de orinar y carecen de control sobre su micción, por lo que no llegan a tiempo al lavabo. Aunque afecta sobre todo a los adultos, la situación podría compararse a la que viven los niños cuando están aprendiendo a controlar la micción: el cerebro envía una orden para orinar y el niño se lo hace encima porque todavía es incapaz de controlar su esfínter. Cuesta mucho aprender a controlar de forma voluntaria un músculo como la vejiga, que en la naturaleza está previsto que se contraiga de forma involuntaria, como el corazón. Precisamente, quien sufre incontinencia de urgencia ha perdido este control, su cerebro pierde la capacidad de enviar una orden a la vejiga para que espere y es entonces cuando se produce la urgencia.

Pero también es la consecuencia de haber sufrido ciertos traumatismos o ante una causa neurológica evidente: lesionados medulares, enfermos de Parkinson, esclerosis múltiple o víctimas de accidentes cerebrovasculares. Otras causas no neurológicas de este trastorno son la vejiga hiperactiva idiopática, es decir, en apariencia son personas neurológicamente normales, pero tienen una sensación incontrolable o de urgencia de ir al lavabo, sin que se sepa el porqué. Otras enfermedades como la diabetes también puede derivar en una neuropatía diabética que afecta al sistema neurológico con más riesgo de incontinencia urinaria mixta. Por otro lado, las cardiopatías requieren que la persona afectada tome diuréticos, lo que aumenta mucho la producción de orina. El último factor a destacar es la edad, ya que los mecanismos que controlan la micción se deterioran con el paso de los años.

Diagnóstico, del tabú al estudio urodinámico

El diagnóstico de esta afección es largo. Los expertos denuncian que las mujeres no lo consultan con sus médicos y estos tampoco preguntan. El 50% de la población sabe que sufre incontinencia pero no llega a consultárselo al médico, bien porque piensa que es un mal inevitable de la edad o bien porque tiene mala fama, ya que se piensa que la cirugía para este problema tiene resultados pobres (lo que sucedía antaño). Una vez en la consulta, el médico o ginecólogo realiza una exploración física a la mujer, con la que obtiene una orientación de si es un trastorno de esfuerzo o de urgencia.

En ocasiones los síntomas pueden ser confusos, por lo que se realizará un estudio más completo.


TRATAMIENTOS

Si es de esfuerzo...


Ejercicios de Kegel. En casos de incontinencia leve o moderada, cuando la musculatura del suelo pélvico está débil, se aplica un tratamiento conservador de fisioterapia. Son los ejercicios de Kegel,que consisten en que la mujer realice contracciones de los músculos del suelo pélvico, basados en contraer la vagina hacia dentro entre cinco y seis segundos y relajarla después. Estas contracciones deben repetirse entre ocho y doce veces y realizarse en al menos tres bloques repartidos durante el día.

Cirugía. Cuando el tratamiento anterior fracasa y la musculatura del suelo pélvico no aguanta, se debe aplicar un refuerzo por debajo de la uretra.


Si es de urgencia...

Fármacos anticolinérgicos: frenan las contracciones.

Reeducación vesical. Se enseña a las pacientes a cambiar de hábitos para controlar la micción y a realizar los ejercicios de Kegel.

Inyecciones de bótox. Es el tratamiento más novedoso. Actualmente, la Seguridad Social solo lo financia en situaciones muy concretas. De hecho, está indicado en casos muy estudiados, en los que no se ha obtenido ninguna respuesta con las pastillas y los tratamientos anteriores. El bótox o toxina botulínica se aplica cada seis meses o una vez al año y no tiene muchas contraindicaciones.

elcorreo.com
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