Un tema que ha sido controversial es el papel del útero en la sexualidad femenina. Se trata de un órgano clave y hasta ahora insustituible en la reproducción. Es el sitio en el que se desarrolla el embrión humano, formando una unidad indisoluble con una mujer. No son dos seres, sino uno solo. En el Renacimiento fue motivo de la reflexión de médicos y filósofos. Paracelso creía en una matriz cósmica, pues para él, además del macrocosmos y el mundo sublunar que habitábamos, había un tercer universo, el útero, que poseía por sí mismo los cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego. Los dibujos anatómicos de Leonardo da Vinci reflejan con extraordinaria belleza esa idea. Luego, a finales del siglo XIX, se corrompió el pensamiento con el estudio de los padecimientos mentales. Se pasó de lo bello al adjetivo: histérico.
El área en la que primero se planteó una relación entre el útero y la sexualidad femenina fue en la medicina hipocrática. En los textos ginecológicos de esa escuela se indica que una forma de evitar los trastornos de la matriz es recomendando a las vírgenes y a las viudas tener sexo. Pero en la actualidad, la mayor parte de los padecimientos uterinos se tratan quirúrgicamente, es decir, eliminando a este órgano mediante una técnica: la histerectomía.
La frecuencia de esta intervención es muy elevada en el mundo; se ha convertido en un procedimiento rutinario. En Australia, por ejemplo, ocupa el primer lugar en la cirugía electiva para las mujeres en ese país. En Estados Unidos se realizaron 200 mil sólo en 2004. En México los casos también son muy numerosos, pues en toda familia hay una o más mujeres a las que se les ha practicado. Si bien puede pensarse que se ha exagerado en su empleo (lo que quizá es cierto), otras alternativas para el tratamiento del sangrado persistente o de tumores no cancerosos de la musculatura uterina se encuentran todavía escasamente desarrollados y no están disponibles en todas las naciones. Así, la histerectomía ha permitido evitar la malignización de esos procesos y consecuentemente ha incrementado las expectativas de vida. Pero ¿qué pasa con la sexualidad de las mujeres a las que se les realiza?
Si bien el tema es controvertido, pues involucra múltiples esferas de algo que de por sí ya es bastante complejo, como la sexualidad femenina -desde aspectos como la autoestima o la noción de bienestar sicosexual hasta la persistencia de mitos socioculturales que asocian la idea de feminidad con la reproducción y, por lo tanto, con la persistencia del útero-, los resultados mayoritarios de las investigaciones muestran que la vida sexual de las mujeres no se ve afectada por esta intervención. Por ejemplo, en 2004 Dragisic y Milard, de la Universidad Northwestern, en Chicago (EU), encontraron en un grupo de 75 mujeres que no hay cambios posteriores a la histerectomía, evaluando el deseo sexual y la frecuencia e intensidad de orgasmos.
No sólo eso: algunas investigadoras han documentado una mejoría de la actividad sexual. En 2000, Julia Rhodes y su grupo de la Universidad de Maryland (EU), al estudiar a mil 299 mujeres antes y después de la histerectomía, hallaron un aumento de relaciones sexuales, que pasan de 70.5 a 77.6 por ciento en el lapso de un año, al mismo tiempo que se reducen problemas relacionados con la función sexual, como la disminución de la libido, que pasa de 10.4 a 6.3 por ciento; molestias o dolor durante el coito, que va de 18.6 a 4.3, y la ausencia de orgasmos, que cae de 7.6 a 5.2 en el mismo periodo (JAMA. 283(17): 2238-9).
Otros autores llegan a resultados semejantes. En marzo de este año, Roussis y sus colaboradores en el hospital central de Brooklin, en Nueva York, agregaron un dato interesante: al estudiar a un grupo de 400 mujeres, observaron que la histerectomía no afecta la autoestima o imagen corporal de las encuestadas, pues sólo 10 por ciento señalaron que se sentían menos femeninas contra 70 por ciento que se sentían igualmente femeninas que antes de la cirugía.
Desde el punto de vista médico se han evaluado otros aspectos, como los efectos del tipo de intervención (si es por vía abdominal o transvaginal) sobre la función sexual y la autoestima, sin encontrarse diferencias significativas entre una u otra modalidad. Otro aspecto no menos importante es la extensión de la operación. En algunos casos sólo se elimina parte del útero (histerectomía parcial o subtotal), en otros éste se extrae completamente; tampoco se han encontrado aquí efectos adversos sobre la frecuencia y la calidad de la vida sexual.
Hay otros casos en los que, dependiendo de la extensión o el tipo de las lesiones, además de la matriz se eliminan los ovarios. Aunque ésta es una dimensión distinta a la que aquí se comenta, pues al eliminarse la fuente de hormonas sexuales, se produce una menopausia quirúrgica, que implica -como la menopausia normal- una reducción del deseo sexual, que por lo demás puede revertirse con la administración de hormonas, curiosamente con testosterona, a lo que me referiré en otro momento.
En síntesis, la ausencia del útero no afecta la vida sexual de las mujeres. Su belleza, feminidad y su deseo no dependen de este órgano, pues, como decía Paracelso en el siglo XVI: "...así es como Dios quiso mostrarnos su grandeza".
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Saludos Cordiales
Dr. José Manuel Ferrer Guerra
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